Envenenado en Cardington Crescent by Anne Perry

Envenenado en Cardington Crescent by Anne Perry

autor:Anne Perry [Perry, Anne]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1987-02-20T05:00:00+00:00


8

Pitt asistió al funeral, pero a tan discreta distancia que nadie de la familia le vio. Después los siguió de vuelta a Cardington Crescent y esta vez entró por la cocina, llevándose a Stripe con él. Habían examinado una y otra vez las más frágiles pruebas y considerado los escasos retazos de conversación que habían acertado a oír, en la esperanza de descubrir alguna revelación, pero nada había destacado de un modo especial, nada le ayudaba a recorrer aquel laberinto.

Dejó a Stripe interrogando una vez más a los sirvientes, por si al repetir las cosas recordaban algún fragmento, algo que de pronto saltara a la superficie de su memoria.

Quería ver a Charlotte. Ni toda la concentración en torno a este u otro caso podía borrar la soledad de cuando regresaba a casa por la noche y sólo había luz en el vestíbulo, la cocina vacía y en orden, todo recogido excepto la cena que Gracie le había preparado con esmero y dejado sobre la mesa.

Cada noche comía en silencio junto a los rescoldos del fuego en el hornillo; luego se quitaba las botas y subía de puntillas la escalera mirando las formas menudas y dormidas de Jemima y de Daniel antes de ir a su cuarto. Estaba tan cansado que se dormía a los pocos minutos, pero por la mañana despertaba con una sensación de fatiga, y a veces incluso llegaba a tener frío.

Por la mañana Gracie le informaba de los acontecimientos del día anterior que ella juzgaba importantes, pero de un modo tímido y sin gracia, muy lejos de los detalles, opiniones y misterio con que lo aderezaba Charlotte. Él solía considerar una intrusión aquel parloteo incesante durante el desayuno, un castigo que todo hombre casado tenía que aceptar. Pero sin ello le resultaba imposible concentrarse en el periódico y disfrutar de su lectura.

Le preguntó al lacayo de los March dónde estaba Charlotte. El hombre le llevó al atestado tocador, cerrado como un invernáculo, y le pidió que esperara. Pasaron cinco minutos hasta que ella entró y, cerrando la puerta a su espalda, le lanzó los brazos y lo estrechó. Pitt notó que, si bien en silencio, ella estaba sollozando.

La besó —el pelo, la frente, la mejilla— y luego le pasó su único pañuelo decente, esperando mientras ella se sonaba dos veces.

—¿Cómo están los niños? —preguntó Charlotte, mirándole a los ojos—. ¿Ha echado Daniel ese diente? Me pareció que tenía un poco de fiebre…

—Se encuentra perfectamente. Sólo has estado fuera un par de días.

Pero ella no se daba por satisfecha.

—¿Y los dientes? ¿Estás seguro de que no tiene fiebre?

—Completamente. Gracie dice que está bien y que come con apetito.

—Pero col, no. Y ella lo sabe.

—¿Me devuelves el pañuelo? Es el único que tengo.

—Te conseguiré uno de… de George. ¿Por qué no tienes pañuelos? ¿Gracie no te lava la ropa?

—Claro que sí. Es que me he olvidado.

—Debería habértelo puesto en el bolsillo. ¿Te encuentras bien, Thomas?

—Sí. Gracias.

—Me alegro. —Pero parecía escéptica. Sorbió por la nariz y luego cambió de opinión y se volvió a sonar—.



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